Estaba muerto del día anterior, aún me dolía la cabeza y la boca me sabía a alcohol, pero no podía desperdiciar en casa todo un día en Milán. Tenía que comprar cosas y pensé en ir al Decathlon, andando o corriendo mientras escuchaba a Sabina, disfrutar de las calles, la gente, los edificios, las luces,... Iba a pasar por la Gran Vía milanesa (el corso de Buenos Aires), después por su Preciados (Emmanuelle II), su Plaza Mayor (Duomo), todas estas calles transitadas por gente elegante muy bien vestida, personas que salen de su casa a lucir sus mejores trajes, sus mejores modelos, donde se maquillan para ir de compras, se afeitan para pasear al perro, donde actúan en su propio teatro, donde se exhiben. Es la capital de la moda. Pensé que sería divertido un poco de contraste, ir hecho un cuadro, así que me coloqué mi pantalón de chándal rojo, mis botas de baloncesto y una sudadera de promoción gris que no iba juego con el resto. Me colgué las llaves y el mp3, me puse la capucha y salí de casa sin peinarme.

Me puse a correr hasta ver una tienda de la NBA (unas camisetas interesantes de juego por 25 euros), después paré en un chino de todo a un euro pero era mentira (volveré a comprar un cuadro de Marilyn y un cubo de rubick), una rubia despampanante con pantalones vaqueros apretadísimos andaba a mi lado, no quería adelantarla, pero su paso era demasiado lento debido a sus altísimos y finos tacones y la cantidad de rejas en el suelo, así que no tuve más remedio que adelantarla, pensé que sería fea, pero era preciosa, andaba un poco mal, iba pendiente de ella, me había vuelto a enamorar, paré en un puesto de la calle muy barato para comprar calcetines, la seguía con la vista, pero la cajera se demoró y vi como se perdía en el trajín de esta Gran Vía, apreté el paso pero no la volví a ver. Lo que si vi fue una pintada en la entrada al metro que rezaba “No pasarán” seguido de una fecha y un título en italiano, me hizo mucha ilusión y pienso pedirle la cámara a mi compañera para sacar una buena foto (igual pasará con la de Resistenza). Otra delgada rubia con marcha alegre me adelantaba con la bicicleta, unas mallas no dejaban paso a la imaginación de cómo sería su culo, aproveché para correr, eran buenas vistas. Pronto me perdió. Al llegar a Enmanuelle II volvía a estar muy feliz, al igual que una semana atrás, apunto de saltar lágrimas, la batería del mp3 se había acabado pero dos rumanos con violín y guitarra ponían banda sonora a esta pasarela con “las cuatro estaciones”, era precioso, y esa catedral al fondo. En la plaza me detuve a mirarla, esquivaba a las parejas que intentaban sacarse una foto, un hombre con guitarra y altavoces se encargaba de poner música a todo volumen para delicia de los turistas. De camino hacia la tienda veo que un reloj marca menos cuarto, aceleré el ritmo y me puse como tarea volver por el mismo sitio para escuchar al hombre que se manifestaba e iba a hacer teatro, saludar al puesto de turismo de Zaragoza, comprender qué hacía el viejo del radiocasete, la exposición de arte,... una preciosa bici sin candado apoyada en una pared, pensé en cogerla, pero no era capaz. Me di una vuelta por el Decathlon y ya nos estaban echando, compré unas zapatillas de correr por doce euros y un par de camisetas sin dibujos por dos cada una, me cobraron quince céntimos por la bolsa, me hice el carné y pregunté para trabajar en ese sitio.

Salí, la bici seguía suelta, el viejo seguía cantando, esta vez se atrevía con la ópera, pasé a la galería de arte pero salí pronto porque había muchos fotógrafos y gente con traje que parecía estar invitada, los zaragozanos no parecían españoles ni tenían cara de aceptar saludos, dos chicas hacían un teatrillo en el lugar de la manifestación, una de ellas me miraba mucho, pero como no entendía nada a los pocos minutos me fui.
Estaba cansado y quería un boli para escribir todo lo que pensaba. Andaba muy despacio para disfrutar más el momento. Un hombre calvo por arriba, mayor y muy feo iba acompañado de una jovencísima rubia con plataformas de quince centímetros, rasgos afilados y armónicos, ropa muy ajustada y aires de grandeza. El hombre le exigía besos y la cogía de la mano, creo que pagaba por su compañía, no encontraba otra explicación y esta era una buena zona donde lucir. Otra pareja les acompañaba, lo mismo, viejo y en este caso morena tremenda, esta recayó en mí, me miró. Había decelerado el paso, quería analizar la situación, se cruzaron y salieron por una calle perpendicular, disimulé mirando un escaparate y los seguí, después bajaron a un aparcamiento. El resto del camino de vuelta lo pasé cerca de un grupo de chicas españolas de unos treinta años, me apetecía escuchar algo en castellano y ellas pensaban que no las entendía, pensé en decirles algo, pero me pareció muy paleto y me dio vergüenza. Corría con la bolsa y la gente me miraba. También pensaba que quizás Madrid no era lo mejor que existía, no quería que así fuera, ya me había enamorado de esta ciudad, me hacía feliz, tenías tu independencia, podía cantar por la calle y me había acogido bien. Paré en Loreto a comprar unas hamburguesas porque mi estómago rugía, no me gustan esos sitios, pero el hambre y el bolsillo mandaban en ese momento. También pasé algún minuto frente al escaparate de cámaras reflex, quería una y la quería ya, pero son carísimas, estaba dispuesto a comprar una algún día, también se me pasó por la cabeza romper el cristal y llevarme una, pero nunca lo haría, espero.
Llegué a casa, en el ascensor me miré al espejo y daba pena, me quité la capucha y el pelo daba asco, pensaba en cortármelo, me sonreí y salí, conecté el ordenador, escuché “Lucha de gigantes”, archivé dos miradas en mi colección y me puse a escribir.