miércoles, 26 de octubre de 2011

Yo digo, que como alcalde vuestro que soy...


(Final de "¡Bienvenido Mr. Marshall!")

        Bien pudiera ser que este cuento no tuviese final. En general las cosas nunca acaban del todo, ni tampoco salen como uno se hubiera imaginado, pero no crean que el pueblo está triste porque los americanos hayan pasado sin detenerse, no. Ven, ahí los tienen, tan contentos. Sí, sí, tan contentos. No se figuran ustedes lo oportuna que es esta lluvia. Con esta agua van a crecer muchas cosas, la esperanza por ejemplo. Mientras tanto, eso sí, hay que pagar entre todos sin echar la culpa a nadie lo que se ha gastado en este... carnaval. Los que no pueden contribuir con dinero pagan con especies, da igual. El que hace dos días pedía un tractor, apenas puede hoy entregar un saco de patatas. En realidad son unas peticiones al revés, y nadie se guarda rencor, y sobre todo nadie está triste. Mejor dicho, Manolo y Carmen Pargas un poco. Se habían encariñado con Villar del Campo, perdón, del Río, y Villar del Río con ellos. Por eso Manolo se siente un poco culpable de lo sucedido y paga su deuda con esa sortija de oro que le regalaron en Boston. Ahora ellos entregan el pan y la sal y todo sigue. Lo mismo el invento de física recreativa con que el médico pensaba la trayectoria valística de las perdices que el aparato con el que don Pablo luchaba contra su sordera, o la vieja espada con que peleó en América uno cualquiera de los antepasados a quien se comieron los indios. Muchas gracias don Luis, es lo mismo. Todo lo que se entrega hoy, tiene para esta gente un solo valor, el de su corazón. Bueno, ahora solo queda quitar esta tramoya del medio, las flores falsas, los trajes falsos, las falsas paredes y los falsos sombreros de cartón de unos falsos andaluces. Vaya, todo va quedando en orden. Nadie se acuerda ya de nada. Ahora la consigna es no preocuparse. El autobús de Genaro se lleva a Manolo y a la Pargas, la máxima estrella de la canción andaluza, y Villar del Río vuelve a ser lo que ha sido siempre, un pueblecito cualquiera, ya se sabe, a veces pasan cosas, pero luego, luego sale el sol, todo brilla y todo vuelve a repetirse, el humo es otra vez tranquilo, las mujeres cosen en silencio, las vacas no, no mascan chicle, lo hacen habitualmente, sí. Ahora hay sol y hay esperanza. Suena la campana, la vieja campana, ¿oye? Y como siempre, un hombre que está trabajando se levanta y descansa, o sueña mirando hacia arriba, al cielo, porque en definitiva ¿quién es el que no cree en los Reyes Magos? Y, colorín colorado este cuento se ha acabado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario