Nuestro hotel rodante nos dejó como zombis a las afueras de la ciudad. Aún era la hora de dormir.
Reptamos por aquellas tristes calles hasta encontrar el hostal. Primera impresión, más pobreza, viejos edificios, muy del este.
Esperaba, como me habían dicho, a las mujeres más bellas de la Tierra. No era para tanto, quizá por las altas expectativas. Hasta que compramos el billete de metro, que encanto.
Con plano en mano nos dirigimos al centro, cotilleamos un súper, no era tan barato. Ahora la confusión de moneda era aún mayor, florines.
El calor, el cansancio y el inglés hicieron del Free Tour “un pegote”.
Comimos barato una especie de caldereta (gulash) en un mercadillo tradicional y nos dirigimos al balneario, un lujo.
En este país, creador del cubo de Rubik, todo estaba lleno de ajedreces, jugaban hasta en el agua.
Acabamos la noche resguardándonos de la lluvia bajo los toldos de un karaoke bebiéndonos todos los florines que nos quedaban.
Impresionante ciudad, buena gente, cierto ¿atraso?, haciéndose al capitalismo, bellas mujeres, ambiente festivo, comida barata, entrañable bandera local.
...y el Danubio, no es azul.
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